Ella. Medianoche. Una cama que nos une como puede, crédula, inocente. Cómo si nosotros pudiéramos volver a ser uno. ¿Un mal día o un mal mes? ¿Qué fue exactamente lo que me hizo entender que ya no podía soportarlo más? Quién sabe, qué importa.
Había bebido demasiado, por aquel entonces pasaba
más tiempo en el Ministerio que en casa, en parte porque no me gustaba lo que
encontraba al volver. Hermione había comenzado a mostrarse extraña. Ese
entusiasmo tan característico de ella ya no estaba desde hace meses y quizá el
problema estuvo en no preguntarme porqué pasaba eso.
Mis manos la buscan pero ella se aparta, sutil,
como si no pudiera hacerme daño.
–Estás borracho.
Su tono es tajante, ni siquiera al hablar se
gira a mirarme. Insistente rodeo su cintura con mis brazos. Tiene esa textura
que te hace querer protegerla y yo me pierdo allí, en nuestros recuerdos. En lo
que ya no está, en lo que ya no va a volver. Pero esta vez se gira y me golpea,
furiosa.
–¿Qué ocurre, Hermione? – me tiembla la voz, el
aliento me apesta a alcohol y dudas.
–Esto no puede seguir así. Mañana me voy a casa
de mis padres. – busco sus ojos pero solo encuentro lágrimas y me pregunto si
son de pena o de compasión– Es lo mejor. Para ambos. Rose y Hugo…no quiero que
lo pasen mal por nuestra culpa…
Y ella sigue hablando, intentando darme
razones. O excusas, para mí solo son excusas. Está nerviosa y le tiemblan las
manos, ya no está su seguridad en sí misma. Se ha esfumado, como lo poco que
nos quedaba. Intento abrazarla pero no me corresponde, tampoco lo hace cuando
busco sus labios. ¿En qué punto del
camino te he perdido? ¿Se puede retroceder? Ese día en el que prometimos
caernos y levantarnos juntos, ¿cuándo olvidamos esa promesa?
Y busco esas respuestas en sus ojos pero
entonces me doy cuenta que las sé desde el principio. Es increíble como el amor
nos hace estar ciegos a lo que nos hace daño ver.